por Alejandra Buschmann | Abr 27, 2016 | Blog |
La facilidad en el sonreír, la mirada siempre llena de colores y matices, el lenguaje simple, directo, gracioso, son cualidades que de niños profesamos y que hoy insto a recuperar, a fuerza de despertar a ese niño (a), que permanece para muchos inexorablemente dormido.
El juego continuo y sin pausa, la despreocupación por las estructuras innecesarias, el movimiento constante, lleno de energía y teatralidad, son algunas de esas añoradas características que hoy pareciera nos ayudarían a que todo fluyera con mayor gentileza. Para ser más simples desde nuestra divina diversidad.
Pero esas pautas espontáneas, están dormidas bajo la híper-responsabilidad que no corrige mis ausencias, la seriedad que inhibe la flexibilidad, el deber ser que nos rememora las sobre-exigencias teñidas de culpas y los castigos innecesarios que laceran nuestra sonrisa interior. Y más aún, los estigmas sociales que nos acosan, haciéndonos olvidar aquella faceta juguetona, que nos hacía gozar de lo esencial, a pesar de los pesares.
La pregunta es: ¿Le quieres despertar?
Cierra los ojos, visualiza a tu niño (a) interno y viaja:
Tomo a mi niño (a) interior de la mano y le digo;
– Mira, así es el amor…. Nunca te suelto, nunca me eres ajeno (a). ¿Ves? La vida nos sostiene. Vamos, caminemos esta existencia.
– Le muestro los árboles y las fragancias de la tarde, para que sepa que vivir es sentir y gozar lo sentido.
– Le abrazo de tanto en tanto, para que sepa que nunca, se sueltan aquellos que se aman y que la distancia física es una ilusión, que juntos transformaremos.
– Y le canto al oído, para que afine su capacidad de escuchar las melodías de la vida, las verdades que nos sustentan y las palabras que nos guían a las confianzas y las certezas.
– Le hago cosquillas, para que ría mucho y sin pausas, de modo que la risa se grabe en sus células y sea siempre una instancia espontánea de placer y gratitudes.
– Comemos suaves frutos, paladeando su dulzura, pues quiero que sepa que esa agradable experiencia, estará encadenada a las experiencias futuras, para ser siempre interpretadas, desde estos recuerdos y alegorías.
– Y bailamos, claro que si, danzamos sin pudor, golpeando al cuerpo con estos movimientos jubilosos, que nos enraízan y expanden…
– Juntos caminamos sin estaciones ni paradas, anclando el presente, agradeciendo lo vivido, en la emoción de lo venidero… mirándonos, más cómplices que nunca.
– Y cuando ya llega la noche y mi niña (a) esboza una sonrisa dormida, le acuno, le arrullo, hasta que los corazones rebosen unidos y en quietud, y se cierren esos ojos tan luminosos, y de paso se cierren los míos.
Abrázale como lo harías con alguien amado, y siente que le puedes proveer de todo aquello que no fue, sanando esas carencias que hoy rebrotan en dolores.
Despertar a ese ser que aún palpita en nosotros, es un alto en el camino, que señala la recuperación de aquello que atesoramos y perdimos a cuesta de sobrevivir. Por ende es un recoger gratificaciones que restablecen vínculos bases para la realidad adulta.
Un paréntesis que redime la inocencia relegada en pos del crecer, dentro de creencias sociales tan arraigadas que parecieran gritarnos que madurar, es dejar de gozar. Que las dificultades no son inherentes a la luz y que en sus huellas no se puede fraguar la alegría de aprender motivados y siempre retozando.
Hoy podemos iniciar esta pausa, que nos tomará un tiempo para nosotros mismos, con altas dosis de paciencia y mucha auto-indulgencia, esa que es benéfica, pues nos mima y conduce a la tan gratificante dádiva de sentirnos amados.
Importante en el proceso es: reconocer en el niño interno no sólo su capacidad de atrapar alegrías, sino todos aquellos dolores que han quedado encadenados a esta parte de mi ser. Son esas cadenas las que han impedido mi fortaleza adulta y que me hacen reeditar angustias sin si quiera saber cómo. Barreras que necesito trascender, para limpiar el trauma emocional en mi cristalizado.
Tener presente que ya no recuperaré la base afectiva quebrantada, y que sólo puedo desde mi hoy fortalecer a esa porción mía tan vulnerable, sabiendo que nadie más que yo, soy capaz de la incondicionalidad que ni niño interno necesita para volver a creer en la razón del ser, un ser humano.
Entender que este proceso de absolución requiere de la catarsis necesaria para dejar fluir los tormentos internos, que serán el menguar del desconsuelo, para que el sol de mis amaneceres, sea restablecido.
Por último entender que este proceso es, lejos de una tortura, un hacerme cargo de mi parte más sublime, esa que trae fresca la luz estelar que peregrina conmigo, desde mi mundo sutil. Es por lo tanto reavivar esas llamas inmaculadas para fraguar al ser que hoy sabe, que la transformación es un deber.
Me propongo entonces que a pesar de lo aciertos y desaciertos, reiré más y tomaré muy pocas cosas en serio, de esa seriedad que esclaviza y quita espontaneidad. Perdonaré sin cuestionamientos, para que con la misma facilidad con que puedo devolver una ofensa, ofreceré una sonrisa. Abordaré cada situación como una nueva hazaña, con el éxtasis infantil que provoca residir la vida.
Decreto: Te reconozco pequeña y preciada parte de mi, eres bienvenido (a), toma tu lugar. Te ofrezco; llévame de la mano hacia tu mundo donde todos podemos participar, sin exclusiones. Donde cada segundo es vida, vida en beneficio de la expansión de todas mis virtudes. Donde la sonrisa es extensión del placer y la holganza con que viajo ligado a lo mejor de mi, sustentando el aura de mi alma en un genuino estar siendo, parte de un despliegue de congruencias, a favor de mi retoñar.
Y no olvido estas simples sugerencias, que reavivan mi fascinante candidez:
Decálogo del niño interior:
La vida se disfruta porque es crear abundancias y … ¡porque si!
Nunca un desencuentro vale más que la amistad.
Un buen helado incluye, que chorree hasta los codos.
Hacer locuras es, parte de la cordura.
Reír sin motivos, un ritual necesario, diario, sanador.
Un momento de diversión, vale más que la ropa limpia.
Mi mundo imaginario, es parte de la realidad.
Reírme de mi mismo (a) es, mi alma y yo riendo al unísono.
Las cosas materiales no reemplazan, un momento de algarabía.
Nunca un instante de felicidad, será condicionado por el qué dirán.
Si logro estrechar esos lazos, más lúdicas serán la travesías terrenales. Volveré a mirar la vida como esa puerta abierta que canaliza las experiencias infinitas. Y yo, desde ahora me sumergiré en esta aventura exclusiva, con nada más que mis ganas de coexistir y la certeza de que es justo, lo que esperada me sucediera. Entonces el júbilo de mi totalidad dirá: Lo acepto, lo vivo, lo agradezco.
Alejandra Vallejo Buschmann
Terapeuta holística
Casa de Tara
Articulo publicado originalmente en la edición impresa de la revista Somos en Junio de 2014
La sencillez de ser feliz: Mi niño interior y yo
Comentarios recientes