Cromoterapia: La vida a colores…

Tonos para albergar, disfrutar y tornasolar la vida y porqué no, para sanar aquellos espacios del ser que anhelan un destello regenerador, que los colores son capaces de instalar y expandir.

  • El color que no te gusta, es aquel que hará en ti un movimiento de cambio.
  • El color que no tienes entre tus ropas, es el color que tus energías necesitan.
  • El color que olvidaste, es el color que puede develar algo nuevo.
  • El color que te atrae tiene que ver en como resuenas con la totalidad.

Los colores son formas de energía que deambulan por el vasto Universo, moviendo con sus ondas todo cuanto tocan.

En nuestro territorio energético, le dan significado e identidad a como nos relacionamos y de que manera vibramos en cada experiencia.

Nuestra Aura es una paleta de múltiples tonalidades, colores que mutan y renacen de acuerdo a la cualificación que le imprimimos a nuestras vivencias y que hablan de lo que nos aqueja y de éxitos a nivel de conciencia.

Nuestros Chakras se sostienen y expresan de acuerdo a la frecuencia de su color personal, alineados a las experiencias externas y a cada palpitación de nuestras señales interiores.

Nos movemos en colores, en una danza emocional y de matices, que manifiesta y nos acusa de todo aquello que determinamos, en una inagotable secuencia de decisiones y sucesos.

En nuestras vidas significan preferencias que lejos de ser básicas, afirman cómo resolvemos instancias, hechos y donde están nuestras sintonías.

Podemos entonces usarlos de manera consciente para rescatar sus virtudes y recuperar bienestares perdidos.

«Nos movemos en colores, en una danza emocional y de matices que nos interpreta».

He aquí las primeras sugerencias:

– Acceder a estados de quietud y calma, lo ideal son los tonos azules.

– Si hay cansancio y falta de energía, el rojo es un aliado en la recuperación de éstas.

– Para potenciar sanación, toda la escala de verdes nos impulsan a ella.

– Estimular la creatividad, los naranjas abren espacios inéditos en abundancia.

– Centrar la mente y darle orden, amarillos es el color mental.

– Transformar acciones liberando su luz, violeta en todas sus gradaciones.

– Anclarnos a la paz y la gracia infinita, el blanco es su máxima expresión.

La Cromoterapia o Terapia de Colores es una simple y efectiva herramienta para abordar nuestros desequilibrios. Basta con rodearnos de los colores que intuimos, para ir sutilmente reconquistando estabilidad.

Vestirlos ayuda, considerando que aquel color que no llevamos con frecuencia, es aquel que precisa nuestra fachada humana. Y cuando no sabemos que color vestir, es quizás porque aquellos colores que usamos habitualmente, ya no están saciando nuestras necesidades y quizás es hora de renovar preferencias.

Decorar espacios con determinados colores, hace que esas energías puntuales se instalen y acomoden en el entorno y de este modo, llevarnos a nuevas condiciones energéticas.

Observarlos en meditación logra que la vibración que cada uno de ellos posee, se integre a nuestro ser, ayudándonos a armonizar.

Cada color tiene su oscilación y es este movimiento el que ayuda a equilibrar los nuestros, a través de correspondencia, asimetrías e intuiciones personales.

A continuación una síntesis de algunos de los colores más usados en sanación y sus virtudes:

Rojo: Fuerza, vitalidad. Ayuda en la recuperación de energías, sobre todo en personas débiles y cansadas. Aporta calor, potencia el movimiento y propicia la acción.

Color que favorece la expresión del coraje y el retorno al entusiasmo e impulsos vivificantes. Esta fuerza vital aborda desde las ganas profundas de retozar la vida abrazando una espiritualidad en procesión terrena, hasta los detalles más básicos que tienen que ver con el goce de la materialidad.

Nos apasionamos en rojo. Definimos intensidades y oportunidades de avance. Acelera nuestros ritmos, desde los experienciales hasta los orgánicos.

Es un color que nos hace visibles, nos pone el centro de la atención, por ende es muy útil a la hora de abordar el avance en las dificultades en el ser protagonista, baja autoestima y falencias al relacionarse con el entorno.

Por el contrario, el exceso de rojo fomenta la discordia y la hiperactividad. No se recomienda en personas coléricas, ni testarudas.

Si hay demasiado rojo en la vida, equilibrar con algo Azul.

Naranja: Creatividad, potencial artístico, inteligencia activa, combina actividad y pensamiento. Es un buen color para poner en movimiento nuestros dones y darle forma a nuestros anhelos representando entusiasmo, determinación e imaginación. Apoya el autoestima, nos genera seguridad y bienestar. A pesar de su intensidad, no entra en la frecuencia de la violencia cómo pasa con el rojo, sino más bien impulsa con fuerza a un movimiento activo, pero armónico.

Los niños sintonizan muy bien con su influencia, guiándolos al juego creativo y épocas de alegrías, risas y sanos revuelos.

Es un color de abundancia pues al afianzar nuestras creatividades, energía relacionada con la gratitud y la postura de apertura hacia la experiencia vital, nos hace ser imanes de nuestras aspiraciones, como resultado de esta actitud de generación de motivaciones y por ende fomentar realidades para mover los tiempos hacia tiempos superiores.

Nos estimula en una amplia gama de circunstancias, apoyando con ello procesos mentales, físicos y emocionales.

Amarillo: El amarillo simboliza al sol y su luz que todo lo acoge. Representa la actividad mental, la inteligencia y la prosperidad. Indica condiciones óptimas para un perfecto funcionamiento de nuestra capacidad intelectual. Aporta seguridad en las decisiones, las que se toman con sabiduría y certeza debido a su pujante acción en los ámbitos de la mente superior, concreta y planificadora. Aporta sanación a niveles más sutiles debido a su correspondencia con la luz dorada, de más amplias vibraciones.

Opulencia es uno de sus enfoques, al propiciar el enraizamiento de nuestro poder personal, fuego interno donde todo tiende a manifestarse y definirse.

Color espontáneo que nos anima a retomar el encuentro con olvidados empeños, al impeler la voluntad y la declaración de propósitos rezagados, marcando nuevos puntos de partida y animándonos a no ceder frente al bache de la experiencia compleja, sino más bien asirla con la fuerza que merece una ocasión de estipular méritos y honores.

En su brillante fulgor, puede quizás generar un poco de desasosiego, siendo poco oportuno para calmar y usar en espacios de descanso.

Verde: Señala el centro y el equilibrio. Apoya en dolores corporales, pues relaja y distiende. También sirve para calmar el sistema nervioso por su gran capacidad de hacer entrar en un espacio de simetría total. Si la ansiedad agobia, recurrir a los tonos verdes para permitir que la inquietud ceda paulatinamente refrescando tu ser, renovando estímulos y deberes.

Color asociado a la naturaleza y por defecto a todas sus virtudes y conexión a instancias gratificantes. Representa fertilidad, lozanía, sosiego y estabilidad.

Al situarse en medio de la escala cromática, tiene la virtud de no enfriar ni calentar, de modo que nos lleva suavemente a los estadios de consonancia y ecuanimidad que reordena todo aquello que hemos alterado.

Sanación, bienestar, no por nada se le asocia a la medicina y espacios sanitarios. Él nos hace abordar las frecuencias de mejoría extraviadas, y lo hace de manera pausada, sin presiones ni estimulaciones que vuelvan a generar conflictos.

Verde esperanza, que une los registros de lo mal decidido, para reeditar y enmendar.

Azul: Seguridad, tranquilidad, serenidad. La mente puede penetrar en dimensiones más elevadas del ser, gracias a que el cuerpo vibra más lentamente. Este movimiento cadencioso nos ayuda a bajar todos nuestros niveles exacerbados, apoyando la recuperación de nuestras aptitudes.

Es un color muy espiritual que nos habla de protección, que impulsa la voluntad como la capacidad de abrirnos paso entre la bruma kármica para volver a hacer las elecciones correctas y los actos de compensación. Nos conecta con la fe, desde el percibir la unidad como un medio más de situarnos en la trayectoria de transformación.

Asociado al cielo infinito y al mar profundo, este color nos habla de espacios de moderación y placidez. Nos conduce al sueño reparador, por lo que es óptimo para decorar habitaciones o ambientes de reposo.

En sus influencias creativas y comunicadoras, abre dimensiones de integridad y poder personal. Potencia la expresión oral priorizando claridad y consistencia en la verbalización, junto a la adecuada coherencia entre lo que decimos y sentimos con lo que enunciamos.

No se sugiere para personas decaídas o faltas de voluntad.

Violeta: Intuición, transformación, degradación de lo erróneo para elevar su huella. Transmutar y renovar, para no dejar rastro de los frutos reñidos con la senda de la ecuanimidad. Abrazando este color, toda baja vibración es elevada a su tono original.

Nos colma de la esencia espiritual, provocando cercanías con nuestra capacidad compasiva y todas las virtudes que nos alhajan, como hijos de un creador magnifico.

Color asociado a las energías síquicas, la sabiduría intuitiva, la independencia de lo mundano y la dignidad del alma.

Ha sido el resplandor de los nuevos seres que encarnan en esta patria planetaria, trayendo vientos innovadores, bríos fraternales y las enseñanzas del vivir desde el corazón mismo de nuestra inteligencia sobrehumana.

Representa magia y misterio. Espacio ceremonial. Cambios profundos y nuevos patrones para edificar los nuevos tiempos.

Rosa: apertura al amor. Evoca la amistad y la dulzura que vibra en nuestro territorio afectivo. Despliega el espacio que habita en nuestro corazón, donde reside la voluntad amorosa de ser individualidad y hermandad. Disuelve el dolor y los rastros de los traumas y experiencias desoladoras.

Es un color que protege en su vibración afectiva, ya que nada es más fuerte a esta resonancia que este color así origina.

Atrae lo que deseamos, pues se le reconocen virtudes magnéticas asociadas a las suaves olas expansivas de la bondad. Suelta la amargura, la irritabilidad, las ganas de generar conflicto. Es un llamado a la ternura.

Blanco: espiritualidad, perfección, estados de pureza inmaculados. A través de él palpamos paz y el encuentro con la diafanidad de nuestras estancias más primorosas. Barre con la oscuridad, externa e interna. Nos lleva al espacio más alto de quietud y afirmación de energías ordenadas y pulcras.

El blanco se asocia a la bienaventuranza, la bondad y la gracia divina. Sintonizamos con blanco y podemos acceder a todos los colores. Sintonizamos con blanco y nos ungimos con la claridad de las fuentes portadoras del destello del Altísimo. Sintonizamos blanco y tocamos las flores, del jardín de Dios.

Llévalos contigo, contémplalos, vívelos, verás como te muestran una nueva manera de mantenerte en orden, sin ansiedades, en casa.

Alejandra Vallejo Buschmann.

Terapeuta holística, Casa de Tara

 

Publicado Originalmente en la edición impresa de la revista SOMOS en Noviembre de 2014

Cromoterapia: La vida en colores

¿Por qué los niños se despiertan por la noche?

Comparto este árticulo del maravilloso maestro Carlos González Rodríguez, doctor en pediatría y autor de varios libros sobre crianza, alimentación y salud infantil. Para re-educarnos y cambiar los paradigmas caducos y errados de la crianza.

La mayoría de los insectos, reptiles y peces tienen cientos de hijos, con la esperanza de que alguno sobreviva. Las aves y mamíferos, en cambio, suelen tener pocos hijos, pero los cuidan para que sobrevivan la mayoría. Los mamíferos, por definición, necesitan mamar, y por lo tanto ningún recién nacido puede sobrevivir sin su madre. Pero, según la especie, también necesitan a su madre para muchas otras cosas.

En algunas especies, el recién nacido es capaz de caminar en pocos minutos y seguir a su madre. Eso ocurre sobre todo en los grandes herbívoros, como ovejas, vacas o ciervos. Estos animales viven en grupos que devoran rápidamente la hierba de una zona, y tienen que desplazarse cada día a un nuevo prado. Es necesario que la cría pueda seguir a su madre en estos desplazamientos.

Los pequeños herbívoros, como los conejos, pueden esconder a sus crías en una madriguera, salir a comer y volver varias veces al día para darles el pecho. Sus crías no caminan nada más nacer, sino que son indefensas durante los primeros días.

Lo mismo ocurre con la mayoría de los carnívoros, como los gatos, perros o leones. La madre sale a cazar dejando a sus indefensas crías escondidas. Las crías no nacen sabiendo, sino que aprenden, y esto es importante, porque les permite una mayor flexibilidad. Una conducta innata es siempre igual, una conducta aprendida puede adaptarse mejor a las condiciones del entorno, y perfeccionarse con la práctica.

La primera vez que un ciervo ve a un lobo, debe salir corriendo. Si no lo hace bien, morirá, y por lo tanto no podrá aprender a hacerlo mejor. Por eso es lógico que los ciervos sepan correr en cuanto nacen. Los lobos sí que pueden aprender: la primera vez el ciervo se les escapa, pero con la práctica consiguen atraparlo. Los juegos de su infancia constituyen un aprendizaje para su vida adulta.

Los primates (los monos) parece ser que descendemos de animales que caminaban nada más nacer. Pero, al vivir en los árboles, tuvimos que hacer cambios. De modo que los monitos van todo el día colgados de su madre, hasta que son capaces de ir solos perfectamente, sin el menor error.

Pero es el monito el que se cuelga, activamente, de su madre, agarrándose con fuerza a su pelo con manos y pies, y al pezón con su boca (cinco puntos de anclaje). La madre puede correr de rama en rama, sin preocuparse de sujetar al niño.

¿Se atrevería usted a ir de rama en rama, o simplemente caminando por la calle, con su bebé a cuestas pero sin sujetarlo, ni con los brazos ni con ningún paño o correa? Claro que no. Para que un niño sea capaz de colgarse de su madre y sujetarse solo durante largo rato, probablemente debería tener al menos dos años.

Ya nuestros primos más cercanos, los chimpancés, son incapaces de sujetarse solos al principio, y su madre tiene que abrazarlos, pero sólo durante las dos primeras semanas. La diferencia con nuestros hijos es abismal.

Y para caminar (no para dar cuatro pasos a nuestro alrededor, como hacen al año, sino caminar de verdad, para seguirnos cuando vamos de compras, sin llorar y sin que tengamos que girar la cabeza cada segundo a ver si vienen o no), nuestros hijos tardan al menos tres o cuatro años.

Hasta los 12 o 14 años, es prácticamente imposible que los niños sobrevivan solos; y en la práctica, procuramos no dejarles solos hasta los 18 o 28 años. Los seres humanos son los mamíferos que durante más tiempo necesitan a sus padres, y dejan muy atrás al segundo clasificado.

Probablemente, esto se debe en parte a nuestra gran inteligencia. Como decíamos de los lobos, la conducta debe ser aprendida para ser inteligente, pues la conducta innata es puramente automática. Nuestros hijos tienen que aprender más que ningún otro mamífero, y por lo tanto tienen que nacer sabiendo menos.

¿Y qué tiene todo esto que ver con que los niños se despierten? Ya llega, ya llega. Ahora mismo veremos que tiene que ver todo lo anterior con la conducta de su propio hijo.

Empezábamos diciendo que hay crías que necesitan estar todo el rato con su madre, encima de ella o siguiéndola a poca distancia, y otras que se quedan escondidas, en un nido o madriguera, esperando a que su madre vuelva. Para saber a qué tipo pertenece un animal, basta con observar cómo se comporta una cría cuando su madre se va.

Los que tienen que estar siempre juntos se ponen inmediatamente a llorar, y lloran y lloran (o hacen el ruido equivalente en su especie) hasta que su madre vuelve. Una cría de ganso, por ejemplo, aunque tenga agua y comida cerca, no come ni bebe, sino que sólo llora hasta que sus padres vuelven, o hasta la muerte.

Sin sus padres, de todos modos no tardaría en morir, por lo que debe agotar toda su energía en llorar para que vuelvan. Y debe empezar a llorar inmediatamente, en cuanto se separa, porque cuanto más tarde en hacerlo más lejos estará, y por tanto más difícil será que le oiga.

En cambio, un conejito o un gatito, cuando su madre se va, permanecen muy quietos y callados. Esa separación es normal en su especie, y si se pusieran a llorar podrían atraer a otros animales, lo que siempre es peligroso. ¿Cómo reacciona su hijo cuando usted le deja en la cuna y se aleja? Si, como hacían los míos, «se pone a llorar como si le matasen», quiere decir que, en nuestra especie, lo normal es que los niños estén continuamente, las 24 horas, en contacto con su madre.

Y no es difícil imaginar que hace 50.000 años, cuando no teníamos casas, ni ropa, ni muebles, separarse de su madre significaba la muerte. ¿Se imagina a un bebé desnudo en el campo, al aire libre, expuesto al sol, a la lluvia, al viento y a las alimañas, sólo durante ocho horas, mientras su madre «trabaja» recogiendo frutas y raíces? Ni siquiera una hora podría sobrevivir en esas circunstancias.

En tiempos de nuestros antepasados, los bebés estaban las 24 horas en brazos, y sólo se separaban de su madre para estar unos momentos en brazos de su padre, su abuela o sus hermanos. Y cuando empezaban a caminar lo hacían alrededor de su madre, y tanto la madre como el niño se miraban continuamente, y se avisaban mutuamente cuando veían que el otro se despistaba.

Hoy en día, cuando usted deja a su hijo en la cuna, sabe que no corre ningún peligro. No pasará frío, ni calor, ni se mojará, ni se lo comerá un lobo. Sabe que usted está a pocos metros, y le oirá si pasa algo y vendrá en seguida (o, si usted ha salido de casa, sabe que otra persona ha quedado de guardia, escuchando a pocos metros). Pero su hijo no sabe todo eso.

Nuestros niños, cuando nacen, son exactamente iguales a los que nacían hace 50.000 años. Por si acaso, a la más mínima separación, lloran como si usted se hubiera ido para siempre. Más adelante, cuando empiece a comprender dónde está usted, cuándo volverá y quién le cuida mientras tanto, empezará a tolerar las separaciones con más tranquilidad. Pero aún faltan unos años.

Casi toda la conducta del bebé, que aún no ha aprendido nada, es instintiva, idéntica a la de nuestros remotos antepasados. Y la conducta instintiva de la madre también tiende a aparecer, aquí y allá, despuntando entre nuestras gruesas capas de cultura y educación.

Por eso, cuando vaya al parque con su hijo de tres años, ambos se comportarán de forma muy similar a sus antepasados. Usted mirará casi todo el rato a su hijo, y le avisará cuando se despiste («ven aquí» «no vayas tan lejos»). Su hijo también le mirará con frecuencia, y si la ve despistada o hablando con otras personas se pondrá nervioso, incluso se enfadará, e intentará llamar su atención («mira, Mamá, mira» «mira qué hago» «mira qué he encontrado»…)

Llegamos a la noche. Es un periodo particularmente delicado, porque si el niño duerme ocho horas, y la madre se ha ido durante este tiempo, cuando despierte puede estar a siete horas de marcha, y por más que llore no la oirá. Hay que montar la guardia. Durante las primeras semanas, nuestros hijos están tan completamente indefensos que es su madre la que debe encargarse de mantener el contacto.

En aquellas raras culturas (como la nuestra) en que madre e hijo no duermen juntos, la separación hace que la madre esté muy intranquila, y sienta la necesidad imperiosa de ir a ver a su hijo cada cierto tiempo. ¿Qué madre no se ha acercado a la cuna «para ver si respira»? Claro que sabe que está respirando, claro que sabe que no le pasa nada, claro que sabe que su marido se reirá de ella por haber ido… pero no puede evitarlo, tiene que ir.

A medida que el niño crece, se va haciendo más independiente. Eso no significa que pase más tiempo solo, o que haga las cosas sin ayuda, porque el ser humano es un animal social, y no es normal que esté solo. Para un ser humano, la soledad no es independencia, sino abandono. La independencia consiste en ser capaces de vivir en comunidad, expresando nuestras necesidades para conseguir la ayuda de otros, y ofreciendo nuestra ayuda para satisfacer las necesidades de los demás.

Ahora ya no hace falta que usted vaya a comprobar si su hijo respira o no; ¡él se lo dirá! Como se está haciendo independiente, será él quien monte guardia. Se despertará más o menos cada hora y media o dos horas, y buscará a su madre. Si su madre está al lado, la olerá, la tocará, sentirá su calor, tal vez mame un poco, y se volverá a dormir en seguida. Si su madre no está, se pondrá a llorar hasta que venga. Si Mamá viene en seguida, se calmará rápidamente. Si tarda en venir, costará mucho tranquilizarle; intentará mantenerse despierto, como medida de seguridad, no sea que Mamá se vuelva a perder.

Es aquí donde la vida real no coincide con los libros, porque a las madres les han dicho que, a medida que su hijo crezca, cada vez dormirá más horas seguidas. Y muchas se encuentran con la sorpresa de que es todo lo contrario. No es «insomnio infantil», no son «malos hábitos», simplemente es una conducta normal de los niños durante los primeros años. Una conducta que desaparecerá por sí sola, no con «educación» ni «entrenamiento», sino porque el niño se hará mayor y dejará de necesitar la presencia continua de su madre.

Si cada vez que su hijo llora usted acude, le está alentando a ser independiente, es decir, a expresar sus necesidades a otras personas y a considerar que «lo normal» es que le atiendan. Eso le ayudará a ser un adulto seguro de sí mismo e integrado en la sociedad.

Si cuando su hijo llora usted le deja llorar, le está enseñando que sus necesidades no son realmente importantes, y que otras personas «más sabias y poderosas» que él pueden decidir mejor que él mismo lo que le conviene y lo que no. Se hace más dependiente, porque depende de los caprichos de los demás y no se cree lo suficientemente importante para merecer que le hagan caso.

Una infancia feliz en un tesoro que dura para siempre, que nadie podrá jamás arrebatarte. La infancia de su hijo está ahora en sus manos.

Carlos González – Pediatra

Que esta informacion, vaya en vuestro mayor beneficio.

Ale, Casa de Tara

Ayudemos a nuestros hijos en la conquista de la Felicidad

En el centro de la trascendente misión, que deviene del nacimiento de nuestros hijos, esta por sobre todo la presencia de los Padres para proteger este viaje sagrado y arraigar a su manifestación; equilibrio, certeza, amor.

Les invito a leer un extracto del libro de Amanda Céspedes, neurosiquiatra infantil, escritora y terapueta floral, llamado: El estrés en niños y adolescentes; En busca del paraíso perdido. Información que nos ayudará a ir entiendiendo el milagro vital del nacer y sus poderosas implicancias en la vida adulta.

LA CONQUISTA DEFINITIVA DE LA AUTORREGULACIÓN EMOCIONAL PRIMARIA: Hasta los dieciocho meses de edad, los bebés necesitan confortamiento externo para recuperar y mantener el equilibrio interno. A partir de esa edad, la activa maduración de estructuras del sistema límbico (sistema ubicado en el cerebro, encargado de procesar las emociones) y sus conexiones cada vez más amplias con la corteza cerebral van permitiendo que el niño inicie la conquista de una regulación interna, esencial para la supervivencia en condiciones de demanda extrema.

Esta conquista es gradual y dependiente tanto del éxito del plan madurativo general del organismo y del cerebro como ente integrador, como de las experiencias que ese niño va a vivir y que serán su personal valija existencial de carga alostática (Alostasis es el sistema que nos ayuda a manejar el estrés y adaptarse a los cambios). En estas experiencias, ocupa un lugar central la presencia de un sentimiento activamente elaborado en la etapa anterior (embarazo y primer año de vida), denominado confianza básica, y que consiste en la certeza por parte del niño de que es digno de amor y que los adultos que le rodean son seres bondadosos llamados a amarle y protegerle.

Ser digno de amor no es una mera frase: implica ser digno de recibir la fuente de fortaleza para afrontar la vida con optimismo; amar a un niño (y a todo ser humano) exige demostrarle que se le acepta sin condiciones; que se le respeta en toda circunstancia; que se le valora por sus cualidades; que el adulto está allí para acogerlo en sus miedos e incertidumbres, escuchándolo con interés y afecto; que será protegido de todo daño, tanto físico como psicológico, y que aquellos que dicen amarlo le brindarán las mejores experiencias y oportunidades para su pleno desarrollo. Como vemos, amar no es una palabra vacía, sino por el contrario, pronunciarla frente a otro nos compromete de golpe, instándonos a dar lo mejor en el cultivo de ese sentimiento.

Un niño amado de este modo es un ser iluminado, radiante, que va por la vida optimista, ávido de aprender, sereno y seguro de la bondad de quienes dicen quererlo. Habita el paraíso.

QUE PASA AL NACER?? El sistema límbico comienza a madurar el último trimestre del embarazo; amígdala, hipocampo y otras estructuras relaciona­das se preparan laboriosamente para enfrentar la primera y más formidable demanda del ambiente sobre ese pequeño organismo todavía protegido en el útero materno: el proceso de nacer, un radical cambio de las condiciones internas y la consiguiente exi­gencia máxima de adaptación.

Una vez nacido, y habiendo experimentado en toda su desoladora fuerza el miedo al desamparo en un planeta desconocido, el niño inicia su potente ritual de apego, una suerte de potente enamoramiento primario: se apega a la madre o cuidadora a través de todos sus sentidos.

Sus ojos recorren el rostro de la madre y se clavan en esas pupilas que lo observan, decodificando cada sutil señal emocional y grabándola a fuego en su cerebro, diseñado para almacenar esos primarios engramas; la mirada plácida, la expresión dulce y arrobada de la madre activa en el recién nacido similar placidez, la que es decodificada en la amígdala, como una emoción positiva y archivada en el hipocampo años después, ese niño convertido en adulto, buscará en otro significativo esa mirada, esa expresión de ternura, ese contacto de piel a piel, para sentirse seguro y plácido.

A su vez, las conexiones desde amígdala e hipocampo hacia el circuito de la gratificación provocan liberación de dopamina, y la emoción resultante es placer y la instintiva búsqueda de reeditar la experiencia.

Auditivamente, el bebé decodifica patrones prosódicos (melodías) de la voz de la madre que le habla tiernamente, y archiva esas dulces melodías tal como archivó miradas y expresiones faciales; las caricias provocan liberación de oxitocina, activan emociones positivas y goce a través de la liberación de dopamina; lo mismo ocurre con sus percepciones olfativas (aroma del seno materno) y gustativas (sabor de la leche materna)

Durante dos meses, este encuentro amoroso, que se reedita innumerables veces al día pues la madre se ha replegado del mundo para concentrarse en el proceso de apego-activa y fortalece gradualmente numerosos circuitos: la capacidad de percibir al otro desde la emoción; la capacidad de experimentar goce sensorial acoplada con la necesidad de repetir la experiencia, y en forma central, la capacidad de tolerar el miedo al desamparo, neutralizándolo desde la seguridad que le da la presencia sensorial y afectiva de la madre o cuidadora.

Sin duda alguna que para que el apego sea exitoso, la madre o cuidadora debe experimentar emociones similares, codificadas todas ellas en un patrón conductual único en cada especie: las conductas de cuidado maternal, impregnadas de intenso amor e intenso goce, mediadas también por la oxitocina: ratas, gatos, pe­rros, lamen amorosamente a sus crías, fortaleciendo de este modo en ellos sus organismos y preparándolos para enfrentar la vida y sus demandas. Será en esta danza amorosamente sensorial, inter­pretada por dos protagonistas, bebé y mujer, que se sentarán las bases para una Alostasis saludable y, desde ella, para la resiliencia Biológica ante las adversidades.

A medida que van pasando los días, esta danza va experimentando sutiles variaciones, y en for­ma sintónica, el organismo del bebé irá respondiendo a ellas para mantener la estabilidad y adaptarse a su nueva vida extrauterina. Podemos imaginar los delicados procesos a través de los cuales su organismo total se va integrando en torno a un eje central que es el equilibrio biológico, y que se va a expresar conductualmente en ritmos estables de sueño y de vigilia, una actitud de calma y quietud y una expresión de dicha y de contentamiento, que se romperá sólo por la irrupción de necesidades primarias que, al ser rápidamente provistas, permiten que el bebé retome su plácido bienestar.

El balance químico y energético interno se expresa en la estabili­dad del temperamento infantil, su fácil tránsito hacia la autorre­gulación y en la presencia de un estado especial, único, denomi­nado armonía emocional. Este estado interno se expresa a su vez en tres estados emocionales caracterizados por ser estables, dura­deros, profundamente arraigados en el ser: la alegría existencial, la apertura a lo nuevo y la serenidad interior. A medida que el niño crece, este estado emocional armonioso se va enriqueciendo gra­cias a la progresiva integración de experiencias, pero conserva sus rasgos esenciales: la capacidad de disfrutar la vida, la curiosidad y la paz interior. A ellos se agregará más tarde o más temprano el sentido de la coherencia. Estos elementos constituyen la esencia de la real felicidad.

UNA NECESIDAD UNIVERSAL: EL CONFORTAMIENTO. Cuando el objeto transicional, la fantasía, el juego y la magia no logran ser un bálsamo efectivo para la pena o el miedo, el niño necesita un par de brazos amorosos que lo cubran y una voz que le infunda serenidad de modo suave e íntimo. A riesgo de parecer excesivamente «biologicista», debemos enfatizar que ese abrazo y esa voz que consuela no son meros gestos… Su valor como instru­mentos de regulación emocional radica en el mecanismo interno, bioquímico: la calidez del abrazo, la dulzura de la voz, liberan en ese pequeño niño grandes cantidades de oxitocina, que posee pro­piedades analgésicas, ansiolíticas y moduladoras de la experien­cia, resaltando los aspectos menos amenazantes y enmascarando aquellos que pueden generar más temor o desconsuelo. Ese efecto es de por sí «neurotrófico» (Efecto protector o restaurador sobre las células nerviosas) y actuará sellando en las estructuras de la vida emocional una creciente capacidad de autorregulación desde la confianza básica, el sentimiento de saberse amado.

“Cada vez que el adulto reprime el deseo de reprender a un pequeño y elige abrazarlo y confortarlo, debiera saber que en ese tierno gesto se oculta el más poderoso nutriente para construir un adulto inte­gralmente sano, fuerte ante la adversidad, generoso y optimista. Y cada adulto que escamotea el consuelo o el confortamiento a un niño, debería saber que es como un malhechor que lo hiere alevo­samente; años más tarde, el dolor de esa herida se transmutará en resentimiento, indiferencia o crueldad”.

 

Espero que esta información, vaya en vuestro mayor beneficio. Pranam…

Ale, Casa de Tara.