“El verdadero buscador no se identifica ni con el nombre ni con la forma, no se lamenta por lo que no tiene ni por lo que pudo haber sido.” Buddha
Si nos apegamos al cuerpo, le restamos fuerza al espíritu. Si nos apegamos al amor, volará hacia otros destinos, en la libertad necesaria que precisa el amor para ser veraz y benéfico. Si nos apegamos al dinero, la abundancia busca otra puerta que esté disponible. Si nos apegamos a la vida, nos negamos a la evolución.
Cuando suelto el control y la necesidad de poseer, viajo sin mayores equipajes en la liviandad de la confianza que da saber que todo llega, pasa y se repite, en un eterno ensayo destinado a alcanzar nuestra libertad final, que acontece en la unión de mi otro complementario y la fusión con la fuente generadora primera.
Suena complejo y quizás lo es, sobre todo cuando tenemos que cargar con infinidad de creencias e influencias erradas, que no aportan a que podamos caminar la vida, libres de estas múltiples necesidades.
Pero todo tendría nuevos vestigios si el asentir fuese: Me desapego y todo llega. Me desapego y reafirmo esperanzas. Me desapego y las sincronías se acercan a mí, buscando coincidencias. Me desapego y todos los anhelos se hacen presentes, escuchando un llamado más poderoso que el deseo, que tiene que ver con la coherencia que me precisa.
Plena soltura
Si pudiésemos acceder a una definición para comprender los alcances del desapego, podríamos decir que es: no tener necesidades limitantes, ni la sed que desborda en inagotables requerimientos para ser feliz, a pesar de que la felicidad no tiene requisitos. Es una actitud de plena soltura frente al ir y venir de las situaciones y los afectos. Ir y venir que no es desinterés, sino más bien una potente generosidad que le dice al externo: cuando estás, te disfruto; cuando no estás, me disfruto y me embebo en las rutas de la existencia y sus variados paisajes.
¿Lo contrario? La angustia de querer poseer y retener. La necesidad de pertenecer. La impotencia de no poder dominar. La frustración de no obtener lo que los deseos egocéntricos reclaman desde las necesidades descontroladas y las profundas heridas existenciales, que acosan con sus llamados desde las honduras de las carencias subconscientes.
¿La finalidad? La certeza en mi dominio interno que aporta a la serenidad del sabernos ser y estar. La autocontención que no amerita disponibilidades. La libertad de no necesitar más que lo que me provee, mi propio origen generador. Y la gratitud que abraza con gentileza lo que mi mano alcanza y aquello que mi aura toca.
El dilema de los apegos
Buddha nos dijo: “Nada en la Tierra -sea esposa o hijo, fama y honor, amor o riquezas- es digno de perseguirse, porque todo cuanto existe, cuando nos aferramos a ello, resulta insuficiente”.
Y ese es el gran dilema de los apegos, que nunca parecieran estar cubiertos. Como pozo sin final, no hay manera de lograr satisfacción, pues son justamente sus principios los que contradicen su beneficio; la generación innecesaria de estímulos que llenan lo que no soy capaz de gestar, en mi ineludible responsabilidad humana y espiritual.
Es entonces un apropiado ejercicio el preguntarse: ¿De qué lado estoy? ¿Estoy en la libertad de saber que todo está ahí para disfrutar y compartir, en un vaivén de ocasiones y participaciones? O ¿en la vereda del que espera que desde afuera le den las señales y las aprobaciones para sentirse bienaventurado?
Las cosas no llenan los vacíos o los deberes trascendentes. Se establecen de este modo nuestras desolaciones cuando ponemos el poder de todas nuestras alegrías en las manos de entidades extranjeras.
Materialidades, situaciones, personas y la vida misma van y vienen. Es allí donde otra premisa de las filosofías espirituales nos exhorta a permanecer aquí y ahora.
Y las expectativas exacerbadas, que no son más que el deseo de dominar los sucesos, señalan otra forma de apego autorreferente que deja a la luz, sin piedad, mi tirano interno y la crueldad de mis rigideces. Dos ejemplos de frenéticas carestías, que al no ser atendidas en la prontitud de mis antojos, generan la pérdida de la elocuencia que evita las ansias de controlar mi cronología, cohibiendo mi talento para rendirme con mucho coraje a su llamado existencial inusitado e inútil de ignorar.
Apetito desbordado
Por otro lado, el apego nos habla asimismo de menesteres recónditos no acogidos, desde aquellos requisitos básicos que garantizan nuestras estabilidades más férreas, para dar paso a las verdades futuras que tienen la capacidad de formar un ser humano íntegro, sereno y lleno de vivencias que apoyan la totalidad de la dicha.
Para los budistas, quienes han hecho del desapego uno de sus fundamentos, las raíces están en desequilibrios mentales que de una u otra manera hemos construido al dejarnos llevar y alimentar un desbordado apetito por ciertas entidades. El resultado, insatisfacción, vacío, soledad y endeudamiento de nuestra soberanía.
Esta filosofía sugiere como herramienta primordial, al considerar básicamente el apego como una disfuncionalidad mental, la práctica y el aprendizaje de métodos meditativos.
Silencio interior
La disciplina, la contemplación, el silencio interior llevan a la mente a recuperar sus habilidades intuitivas y a moderar sus asociaciones enfermizas, para poder usarla en su estado original de sabiduría y sacar el máximo provecho a todas sus indudables y loables aptitudes generadoras de creatividades y nuevos estados de conciencia.
Meditación que lleva también a la serenidad que propicia el reconocimiento de la verdadera fuerza espiritual, que apoya la continuidad de nuestra fuerza divina en el plano físico y en reciprocidad, la integración de la convicción del concepto de unidad que hace que sepamos a ciencia cierta y reconozcamos en todos los espacios de nuestra existencia que nunca estamos solos, que somos una parte significativa de un todo superior inconmensurable y, por ende, no hay abandono, no hay separación ni ausencias, y que la vacuidad que nos complementa no es vacío de falta de presencia, sino más bien el vacío que está a la espera y dispuesto para el movimiento creativo personal y unitario.
Rompamos hoy esas cadenas que nos sofocan e inhiben que seamos tan originales como fuimos creados, llenos de múltiples colores, cada uno diseñado para componer un tejido con hilos infinitos de insospechados ocasos, atiborrados de nuevas miradas y recorridos que le dan subsistencia a un despliegue que no admite que uno de sus actores se quede rezagado u inactivo, frente a tanto por concebir y tantas conquistas por resolver.
Entender esto es de pronto tener la lucidez de ver que en este movimiento es imposible apegarse a algo, pues sus amplios brazos y sus múltiples propósitos son tan inagotables que no hay tiempo para demorar ni interrumpir, ni menos retrasar el asombroso desenlace de una cronología que no acepta exclusiones y, por lo tanto, no da cabida al desamparo de ninguno de sus protagonistas.
Entonces, no hay motivos ni excusas para apegarse a algo pasajero, en el contexto de un éxodo infatigable en el retorno a la auténtica morada.
El propósito es, desde esta nueva visión:
- Aprovechar las cercanías para perpetuar inolvidables huellas de bienestar.
- Usar los tiempos de aprendizajes para aplicarse con pasión y gratitud.
- Gozar cada vivencia y sus incontables detalles, quedándonos sólo con lo gratificante.
- Y amar profundo sin mella de egoísmo, como una oportunidad trascendente de formar lazos eternos que le dan continuidad a la felicidad que, más que felicidad, es el éxtasis del adagio hacia la inspiración sobrehumana, mística, sublime.
Y una plegaria brota, para sellar mi nuevo albedrío: “Desde mi inquebrantable autonomía e indudable saber y reconocerte como maestro, hoy te libero con amor, para vivirte desde ahora a través de nuestra sagrada individualidad, que forma los pilares de nuestras inestimables cercanías”.
Finalmente estas palabras: El éxodo existencial es por derecho un recorrido ligero, próspero y jubiloso que sólo sugiere una mochila llena de sueños, cuotas precisas de voluntad, grandes espacios de regocijos y la entrañable faena a emprender. Y donde las expectativas son sólo la sazón para abrazar las bienaventuranzas de un recorrido sagrado, escogido y privilegiado. Eso es desapego.
Que esta información vaya en vuestro mayor beneficio.
Alejandra Vallejo Buschmann
Terapeuta Holísitica, para Casa de Tara.
Articulo publicado originalmente en la edición impresa de la revista Somos en Enero de 2015
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